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Pisqueros Ilustres José Sabogal un cajamarquino que soñaba y pintaba.

Autobiografía
Nací en Cajabamba, ciudad de provincia en el departamento de  Cajamarca (Perú) a 2,700 metros de altura; ubicada en bella vertiente ancha y fértil, con abundantes arroyos, juguetones riachuelos y caudaloso río en el cercano valle de clima tropical. Sólo la etapa de mi infancia transcurrió en esta Arcadia andina en el encuentro de dos siglos: fines del siglo XIX y alborada del XX.

 A los nueve años intenté una escapada hacia la costa. En el camino frustraron la aventura, amistades de mis padres. A los doce años conocí el mar; una beca me llevó a un colegio trujillano, pero a los pocos meses fugué del internado y en cinco días de marcha a pie volví a mi pueblo.

A los dieciséis años salí para correr mundo. En el valle de Chicama quemé mi adolescencia en aras de mi ilusión de viajar a Europa. A los veinte años me embarqué para Lima y algunos días después por la ruta de Panamá me dirigí a Italia. En Roma inicié mis estudios para pintor con apasionada voluntad, como vengando mis años de la adolescencia. Mi permanencia en esa ciudad, sumergido en su poderoso ambiente de arte y luchando por el estudio y por el sustento, fue una etapa intensa, inquietante y básica en mi formación estética. En Italia viajé por sus bellas ciudades y pueblos. Viajé por Francia y por las costas africanas, Argelia y Marruecos. Entré a España y recorrí muchas penínsulas con la rara sensación de ser o no ser así como hijo pródigo de la bravía tierra española. Dejé Europa en aventura de buque velero.

Radiqué en Buenos Aires; reanudé estudios y corrí grata y fecunda bohemia con inolvidables camaradas de arte. En los Andes argentinos del Norte hice provechosa tarea de paisaje y de figura, con los autóctonos, como interesante motivo. Volví a Buenos Aires con fines de retorno a Europa, pero la belleza inédita de los Andes americanos tuvo en mí fuerte atracción y planeé viajar a Cusco. Realicé un viaje inolvidable por la magia arcaica que la ruta del Altiplano, el Titicaca y el sagrado río Vilcamayo operaron en mi sensibilidad. En Cusco me detuve seis meses sólo dedicado a pintar tratando de interpretar su carácter, su bella luz plateada y sus dorados “soles de los gentiles”. Esta tierra cusqueña tuvo fuerte embrujo en el desarrollo de mi posterior obra en el Perú.

 De Cusco me dirigí a Lima por la ruta del ferrocarril y el mar, Arquitecto Quechua y otra vez yo iba recogiendo con unción las bellas estampas de la variada efigie peruana, estampas directas y sentidas que ha formado en mí la devoción estética por mi país. Expuse mis telas pintadas en Cusco, el 15 de Julio de 1919, aprovechando un remanso de la borrasca política de esa hora. Cayó esta muestra como si fueran motivos de exótico país; el medio limeño aún permanecía entre los restos de sus murallas virreinales, con mas conocimiento de mar afuera que de mar adentro.

En la opinión pública se suscitó acalorada controversia. Esta actitud que levantara mi muestra fue para mí muy grata pues no hubo ante ella actitud de indiferencia. Mi primera presentación en Lima, a mi vuelta del exterior con pinturas pintadas en Cusco fue la iniciación del movimiento de nuestro “redescubrimiento”, tocándome a mí ser el portaestandarte y “cabeza de turco” para la diatriba. A consecuencia de esta exhibición vino mas tarde el grupo de pintores motejados de “indigenistas” por la razón de buscar la expresión étnica de nuestro país. Viajé a México en la hora inicial del poderoso (Movimiento artístico que hizo el milagro de colocar al país azteca en la carta geográfica del arte universal. Volví con mayores ímpetus para continuar mi peregrinación de pintor por el territorio peruano. Nuestros viajes aún continúan, los pintores “indigenistas” siguen en este plan y hace ya algunos años que, también en el Perú se ha logrado alguna representación en el mundo de las artes, por el esfuerzo, ideales y calidad del grupo.

Fui invitado a Estados Unidos en 1942; después me dirigí a México y me acogieron en lo oficial como huésped del gobierno y en lo particular, en el campo de los artistas, con el encanto de una acogida fraterna. De regreso en 1943 reanudé mis funciones de Director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, pero en Julio del mismo año urgido por mis inquietudes de pintar opté por mis propias tareas. En 1946 acepté el simpático requerimiento del Museo de la Cultura Peruana para formar el Instituto de Arte Peruano. Los seis pintores “Indigenistas” que lo formamos investigamos en las Artes Peruanas de todos los tiempos y ya hemos logrado formar del periodo moderno el Museo de las Artes Populares. El 15 de diciembre de 1956, falleció José Sabogal luego de dos días de crisis. En su caballete quedó, sin terminar, el retrato de una amiga.

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