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A 1.779 msnm las moscateles encontraron un suelo generoso que les permitió abrirse en todos los sentidos. Piscos y vinos de más de 400 años que solo los encuentras en este valle arequipeño. El sol madruga en Caravelí cuando el melancólico violín de Don Pedro Ramírez muda de actitud para dar la esencia mística-festiva a esta tradición colonial en el Fundo Chirisco. En el lagar de piedra, bajos los ojos eunucos del músico, la cuadrilla de ocho hombres permanece atenta a las primeras notas para iniciar, con coreografía envidiable, la tradicional pisa en el Valle de Caravelí. Doña Rosa Montoya, patrona de la pisa y de la Bodega Chirisco, es requerida por el dúo musical (Luis Montoya a la guitarra) para elegir al Capitán de la pisa. Leoncio Huamaní es el sindicado con tres moderados golpes de sarmientos en las posaderas. Hace más de veinte años que participa del folklore del vino y del pisco y aprendió a pisar, confiesa, de su padre cuando era niño.
“Las mujeres son el diablo/parientes del alacrán/cuando viene el hombre pobre/sacan la cola y se van”
Leoncio es un recuerdo vivo de esta práctica colonial que en estos tiempos se ve casi extinta por la modernidad de las despalilladoras y prensas. Pero en Caravelí, esta tradición sigue viva.
El pueblo rodea el lagar. El Capitán saca el sarmiento de Moscatel que lleva atado a la cintura para escoger al Cavo. Este bigotudo carismático, a su vez, sindica al Segundo Capitán que, en su debido momento, hará lo mismo para nombrar al Segundo Cavo hasta llegar el famoso y esperado Cinco. Este personaje, de movilidad prodigiosa, es quien se encarga de que los pisadores y el público asistente tengan siempre a la mano un vaso de cachina o vino para saciar la sed.
La bailoteo de la pisa lo marca el Capitán con voz ronca y gritos claros. Y ¡Ay! el que ose romper la armonía de los pasos. Lo echan al borde del lagar y al compás del violín de Don Pedro Ramírez, es azotado con los húmedos sarmientos. Duro castigo que los asistentes aplauden ya con las mejillas coloradas de tanta cachina. Esto también va para el Cinco.
La faena comienza a las cuatro de la madrugada con la cosecha en las chacras y se extiende –depende de la sed- hasta altas horas de la noche. Por la tarde, cuando los orujos desvanecen en el lagar, se le vuelve a rociar con el mosto extraído para obtener ese sabor único que aún queda en el orujo, argumenta Marcos Montoya, hijo de Doña Rosa. Esta vez, como para darle un respiro a la emprendedora cuadrilla, las piedras hacen el trabajo de pisa.
Los asistentes también arman la fiesta. Cantan, bailan y agotan la cachina que descansa en las añejos tinajas de la Bodega Chirisco (la mayoría datan de 1700). A los ingenuos foráneos, como este periodista, los hacen caer en el juego de La Zorra. “A que no te tomas la zorra”. Extraen los delicados tímpanos del cuy y los colocan en un vaso con vino. “Tienes que tomar todo y no pasarte la Zorra”, advirtieron. “Si no repites la operación”. En el primer intento la Zorra se quedó pegada en el fondo del vaso. El segundo, el tercero y hasta el cuarto intento la bendita Zorra nunca se despegó. Recién me percaté en esos momentos, cuando la vista perdía el rumbo coherente, que esa era la gracia, porque las Zorra nunca se caería ya que tiene una especia de goma natural y la idea es que el que cae en este juego, caiga rendido de tanto vino. Menos mal que me avisó a tiempo una infidente lugareña.
Esta fiesta la realizan la mayoría de bodegas de Caravelí.
Extraido
de: Periodistadigital
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